lunes, 29 de marzo de 2010

Landero-Salinger


Cuando viajo, ya sea por motivos laborales o por placer, siempre – o casi – sigo el mismo ritual. Me levanto muy temprano para dar un paseo matutino por el lugar, en busca de un céntrico café situado en una concurrida calle para desayunar acodado en su barra. Hojeo un periódico - preferiblemente local - y entre noticia, sorbo y bocado, ojeo a la clientela o a las personas anónimas que, diligentemente unas y apesadumbradas y cabizbajas otras, se dirigen a sus quehaceres. Quizá es que sea algo cotilla, o simplemente es que me gusta imaginar dónde se dirigen, cómo son sus vidas, qué ilusión les impulsa o qué miedo los atenaza. Además disfruto, cada vez más en un mundo tan globalizado, comprobando cuan diferentes somos aún por poca distancia que nos separe.

Mi ritual viajero también me lleva, en horas vespertinas y ya libre de obligaciones, a visitar librerías a la caza de novedades, o de viejas obras a la que se les ofrece otra oportunidad de conquistar espíritus. Esta vez los elegidos fueron, influido por uno de mis blogs de cabecera, Opiniones intempestivas, “Retrato de un hombre inmaduro” de Luis Landero (José Antonio Flores hizo una breve reseña) y “Nueve cuentos” de Jerome D. Salinger (rindió también en su bitácora un homenaje tras su muerte).

Había oído o leído acerca del talentoso escritor de origen extremeño, pero no suelo encontrarme cómodo con la novela española contemporánea, salvo honrosas y eclécticas excepciones: Vila-Matas, Delibes, García Pavón, Quim Monzó o Eduardo Mendoza. Pero en aquellas librería, quizá por el imperioso deseo de llevarme un libro como botín tras el asalto de la ciudad foránea, decidí comprar la última novela de Luis Landero. Y, tras su lectura, puedo decir que fue un acierto.

Retrato de un hombre inmaduro es una novela donde el protagonista narra en primera persona, y en su lecho de muerte, su vida. El recuerdo de distintas y curiosas situaciones que no siguen un orden temporal, el pintoresquismo de los personajes que le acompañan, o las reflexiones impregnadas de humor yprofundidad son los instrumentos que de forma hábil y efectiva emplea el escritor para esbozar con oficio a un hombre complejo, errático y contradictorio.

Mi segunda elección fue un librito de cubierta muy discreta y clásica, encuadernación de tapa dura, y a un precio más que razonable, perteneciente a la colección Diamante de Edhasa. Se trata de una serie que, a modo de celebración, rescata del fondo que la editorial ha ido reuniendo durante sus 60 años de existencia los títulos más representativos de su vida editorial (La isla del tesoro, Nuestro hombre en la Habana, Un mundo feliz, La peste, Manhattan transfer, Primavera con una esquina rota, o Memorias de una amante sarnoso, por poner algún ejemplo de la calidad y variedad de las propuestas). Me decanté por Nueve cuentos del recientemente fallecido Salinger.

Salinger, nos dejó una novela extraordinaria –El guardián entre el centeno- y una serie de relatos breves que lo sitúan entre uno de los mejores cuentistas de la literatura del siglo XX. En Nueve cuentos el escritor retrata con pluma ágil personajes e historias que reflejan su peculiar forma de ser y entender la vida, su pesimismo existencial y la honda huella que le dejó su experiencia en la 2ª Guerra Mundial.

P.S. He de confesar, que no era a Salinger a quien buscaba, pues aunque me encantó El guardián en el centeno, tenía mucha curiosidad por leer Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline, magnífico escritor y discutible persona. No la tenían.