viernes, 30 de mayo de 2008

Obsesión

(Relato muy breve y de hace unos años. Me da mucha pereza escribir y aún más verguenza mostrar lo poco que he hecho, pero alguna vez tenía que ser la primera).

Cada mañana, esperaba con impaciencia el momento de tomar el autobús para encontrarme con ella. Desde la primera vez que la vi, no podía apartarla de mi mente y la media hora de trayecto se me hacía escasa. Tanto que empecé por no apearme en mi parada, para conocer cuál era su destino, y desde allí ir caminando a la oficina. Al tiempo, aquello resultó insuficiente y me atreví a seguirla al desconchado edificio al que se dirigía cada mañana.

Un día el director de la empresa me llamó a su despacho y me dijo que mi rendimiento había bajado mucho y además llegaba tarde de forma habitual, por lo cual había decidido despedirme. Contesté con un lacónico y sonriente: no se preocupe, lo entiendo.

Esa nueva coyuntura me permitió montar guardia en la cafetería que había frente a su portal. La esperaba hasta que saliera para escoltarla en su largo paseo vespertino en dirección a la destartalada pensión donde se alojaba. Después de semanas de vigilancia, alcance cierta intimidad con el solícito camarero de aquel café, el cual me informó de que las chicas que entraban y salían de aquel edificio trabajaban en una casa de citas. Lo que en principio fue una desagradable sorpresa, pronto se convirtió en la oportunidad de mi vida. Aquella misma tarde la abordé, le dije que llevaba casi un par de años siguiéndola, que conocía donde trabajaba y que pese a encontrarme sin empleo, iba a luchar por redimirla y ofrecerle una vida mejor, más digna. Me miró atónita, y cuando logró recomponerse, se rió en mi cara, llamándome: enfermo, loco, desgraciado. Finalmente, me soltó que un hombre de negocios le había prometido un bonito apartamento y mucho dinero por dedicarse a él en exclusiva, y que no estaba dispuesta a perder ese tren por un fracasado como yo.

Días más tarde, supliqué a mi director recuperar mi antiguo puesto. Tuve que aceptar un menor sueldo y un horario leonino, pero fui readmitido. Más adelante, me ascendieron a jefe de departamento, y a los pocos años, tras la jubilación del director, fui su sustituto. Ahora tengo una esposa joven, guapa y complaciente, dos hijos preciosos, un chalet con piscina en una urbanización de lujo, su perro con pedigrí, y un coche de importación. De ella, -no recuerdo si llegué a conocer su nombre- no se supo nada más. Se lo advertí: sería mía o de nadie.

domingo, 11 de mayo de 2008

Otros ámbitos

Córdoba, Plasencia, Salamanca, Avila, Sevilla.
Esta semana ha sido bastante completita: congreso en Salmanca durante la semana, y boda en Sevilla como colofón a este periplo por tierras de nuestra España.
En esta ocasión aproveché para empacar junto con mudas, algún libro, y la bolsa de aseos -siempre "ligero de equipaje como los hijos de la mar" una camiseta, un pantalon de deporte y una zapatillas. Recordé lo que había disfrutado con la crónica de mi amigo Paco Montoro de su entrenamiento a orillas del Turia, y decidí emularlo modestamente -no por el río ni por el escenario, espectacular, sino por mis limitadas condiciones como atleta- corriendo por las orillas del Tormes. Estaba alojado en el Parador, por lo que sólo tenía que bajar la colina donde se erige este para encontrarme con el puente romano que comunica con el casco histórico de la ciudad.
Tan sólo puede salir a correr un día, el trasnoche y la intensa actividad de las jornadas impidieron repetir la experiencia, pero fue fabuloso. Los cuarenta minutos que duró mi carrera, comenzaron a trote tranquilo hasta alcanzar el puente romano, y dejarlo a un lado, tomando un camino de tierra que discurría sobre un verde parque, donde el ritmo fue volviéndose más vivo animado por la belleza del escenario que tenía a mí derecha: la Catedral Nueva de Salamanca, escoltada por las torres de otros templos. Más tarde, llegué a las pistas deportivas de la Universidad, atrevesándolas con resolución, para ascender por una interminable escalera a un moderno puente que me llevó a los jardines de un complejo hospitalario, desde el que alcancé callejeando, el centro de la ciudad. Las calles de la vieja Salamanca estaban casi desiertas -era muy temprano- y tan sólo cruce mi mirada con gente que iba probablemente a cumplir con sus obligaciones y con los ojos cansados de algún estudiante tras una noche de francachela. Llegué a ritmo vivo a la Plaza Anaya, rodeé la Catedral y bajé hasta el puente romano. Al cruzarlo apreté algo el ritmo para echar el resto en la colina que ascendía hasta mi alojamiento. La temperatura era perfecta, una mañana fresca pero no fría, el cielo estaba limpio de nubes y polución, y la vegetación -es una ciudad llena de parques y jardines- preñada de primavera. Para repetir.
En el viaje de ida tuve la feliz idea de hacer un alto en Plasencia -no conocía esta ciudad extremeña- y disfruté de un paseo por el casco histórico de está bonita y desconocida ciudad con un importante patrimonio histórico artístico (algo descuidado), enclavada en un espacio natural de una belleza impresionante.
A la vuelta, parada obligada, tenía que consultar en Ávila. Intenté -pues no los encontré- localizar unos documentos en el Archivo Militar, situado en la antigua Academia Militar de Intendencia, junto a la Plaza Mayor. He visitado muchas veces Ávila, pero nunca me deja indeferente esta pequeña y recoleta ciudad cargada de historia. Antes de continuar hice un alto en un concurrido bar, para reponer fuerzas con las que afrontar una larga jornada de viaje. Disfruté de una cerveza con una deliciosa tapa de paella (a continuación pedí un plato, pues me supo a poco), y del paisanaje entretenido en animadas conversaciones en torno a vasos de cerveza o vino.
Para el fin de semana, viaje a Sevilla para asistir a una boda. Conozco muy bien la ciudad, y me encanta su primavera, incluso pasada por agua como en esta ocasión. Ocasión excelente para ver a la familia, se casaba un prima, y apreciar el arte barroco del Hospital de la Caridad de Sevilla. Magnífica elección que permite recrearse con su altar, las esculturas de Pedro Roldán o las pinturas de Murillo o Valdés Leal (cuando vivía allí, eran frecuentes mis visitas a su templo para admirar las escatólogicas obras de este artista).
Finalmente, vuelta a la serenidad y seguridad del hogar, tras tantos kilometros, experiencias y recuerdos. Viajar es maravilloso, pues vuelve uno más rico y más lleno, para apreciar lo que uno tiene.